Sunday, April 05, 2009

EL MENSAJE


Hubo una vez un rey que dijo a los sabios de la corte:

- Me estoy fabricando un precioso anillo. He conseguido el diamante más bello. Quiero guardar oculto dentro del anillo el mensaje más sabio, un mensaje que pueda ayudarme en los momentos más dificiles; que ayude a mis herederos, y a los herederos de mis herederos, para siempre. Tiene que ser un mensaje pequeño, de manera que quepa debajo del diamante del anillo.

Todos los grandes eruditos que le escuchaban podrían haber escrito grandes tratados, pero darle un mensaje de no más de dos o tres palabras que le pudieran ayudar en momentos de desesperación total se torno una tarea muy complicada... Pensaron, buscaron en sus libros, pero no encontraron nada que ofrecerle.

El rey tenía un anciano sirviente que también había sido sirviente de su padre. La madre del rey murió pronto y este sirviente cuidó de él, por tanto, lo trataba como si fuera de la familia. El rey sentía un inmenso respeto por el anciano, de modo que también lo consultó.

El anciano respondió:

-No soy un sabio, ni un erudito, ni un académico, pero conozco el mensaje que requieres. Durante mi larga vida en palacio, he tratado con todo tipo de personas.
En una ocasión tuve la oportunidad de conocer a un místico. Era invitado de tu padre y yo estuve un tiempo a su servicio. Cuando se iba, como gesto de agradecimiento, me dio este mensaje –el anciano lo escribió en un diminuto papel, lo dobló y se lo dio al rey-.

No lo leas –le dijo- manténlo escondido en el anillo. Abrelo sólo cuando todo lo demás haya fracasado, cuando no encuentres salida a la situación-

Ese momento no tardó en llegar. El país fue invadido y el rey perdió el reino. Estaba huyendo en su caballo para salvar la vida y sus enemigos lo perseguían. Estaba solo y los perseguidores eran numerosos. Llegó a un lugar donde el camino se acababa, no había salida: enfrente había un precipicio y un profundo valle; caer por él sería el fin. Y no podía volver porque el enemigo le cerraba el camino. Ya podía escuchar el trotar de los caballos. No podía seguir hacia delante y no había ningún otro camino...

De repente, se acordó del anillo. Lo abrió, sacó el papel y allí encontró el mensaje.
Simplemente decía: “ESTO TAMBIEN PASARA”.

Sintió que se cernía sobre él un gran silencio. Los enemigos que le perseguían debían haberse perdido en el bosque, o debían haberse equivocado de camino, pero lo cierto es que poco a poco dejó de escuchar el trote de los caballos.

El rey se sentía profundamente agradecido al sirviente y al místico desconocido. Aquellas palabras habían resultado milagrosas. Dobló el papel, volvió a ponerlo en el anillo, reunió a sus ejércitos y reconquistó el reino. Y el día que entraba de nuevo victorioso en la capital hubo una gran celebración con música, bailes... y él se sentía muy orgulloso de sí mismo. El anciano, que estaba a su lado en el carro, le dijo:

-Este momento también es adecuado: vuelve a mirar el mensaje.

-¿Qué quieres decir? –preguntó el rey-. Ahora estoy victorioso, la gente celebra mi vuelta, no estoy desesperado.

-Escucha –dijo el anciano-: este mensaje no es sólo para situaciones desesperadas. No es sólo para cuando estás derrotado; también es para cuando te sientes victorioso. No es sólo para cuando eres el último; también es para cuando eres el primero.


El rey abrió el anillo y leyó el mensaje:
“ESTO TAMBIEN PASARA”.

Y nuevamente sintió la misma paz. En medio de la muchedumbre que celebraba y bailaba, el ego había desaparecido. El rey pudo terminar de comprender el mensaje. Se había iluminado.

Entonces el anciano le dijo:

-Recuerda que todo pasa. Nada es permanente. Como el día y la noche, la vida está llena de alegría y de dolor. Acéptalos como parte de la dualidad de la naturaleza porque son la naturaleza misma de las cosas.

2 comments:

Susana Román said...

el Tao lo conocí por tí y sigo practicando el juego de abrir una página al azar a ver qué resulta.Gracias a tí!

spottorno said...

Una mujer joven y despreocupada vive con su adinerada familia en en uma mansión de Atlanta en el siglo XIX.
Estalla la guerra de secesión. La joven Scarlett, ante la insistente pregunta de la mojigata Melanie de qué van a hacer con el cadaver de un confederado que acaban de matar, responde "ya lo pensaré mañan".

Entonces la gorda sirvienta piensa:" recuerda que no hay problema lo suficientemente urgente que no pueda ser resuelto mañana. Quizás mueras esta noche y ya no haya problema."