Monday, June 29, 2009

Sobre la caza y la implicación.


De vuelta ya de mis periplos por las nowherelands lejanas y próximas, decidí el otro día acercarme a esa librería que tanto me gusta y que ahora me queda a tiro de piedra. Volví muy satisfecha con la incursión, con un ejemplar de un libro que nunca pasa de moda (y que pronto regalaré  a alguien para que lo guarde en su cámara de Tutankhamon) y un anuario del world press photo del presente año para empollármelo de pe a pa, que es lo que mejor puede uno hacer en temporada de caza fotográfica. 
Ojeando sus páginas quedé fascinada con la foto ganadora de la categoría de naturaleza, realizada por Steve Winters para national Geographic. Se trata de una evocadora imagen nocturna del esquivo y enigmático leopardo de las nieves. Steve trabajó durante 5 meses con 6 cámaras ocultas en el País de las Nieves eternas. Sólo obtuvo dos fotos. Sólo dos. El resto no existen, quizá anden en alguna papelera de reciclaje, o en algun baúl, o qué se yo. Cientos de fotos, millones de minotos perdidos para ganar . Y lo más increible de todo, sin garantías. Pudo no haber sacado ni una foto de esa animal casi fantasma. Pudo haber vuelto con las manos vacías o con cientos de fotos de la inmensa nada ladakhí.

 También el otro día estuve en una interesante charla del mítico Stephen Shore. Uno de los asistentes al evento le preguntó despues de su ponencia porque o retocaba nunca digitalmente sus imágenes, porque no reencuadraba,al menos, o recortaba alguna foto.La respuesta de Shore: "No lo hago porque no me interesa la foto, el resultado final, yo estoy interesado en el proceso, en lo que aprendo cuando la hago, eso es lo que me hace más sabio". 

Winter necesitó 5 meses para encontrar su foto. Shore casi media vida para entender una filosofía fundamental. Yo he necesitado casi 31 años para perder el miedo a perderme y dos meses de caza y de intensa convivencia con S, W, B, y D para implicarme en una historia de esas que la mayoría de la gente no quiere ver, porque supone ponerle nombres y apellidos a las personas que vemos en las noticias como sombras, como masas humanas o como titulares. 

A menudo nuestra generación prefiere filosofar de lo mal que va el mundo, la vida o el sistema. Cosas abstractas que no puede cambiar, o cuyo cambio implicaría un gran esfuerzo. Así nuestra responsabilidad siempre recae en los demás. Para que vas a ir a cazar si puedes ir al super y quejarte luego de que no te gusta el producto que otros han preparado para ti.  

Uno puede arriesgarse o no arriesgarse. La segunda opción siempre es más fácil, no implica decepciones: no hay dolor, ni esfuerzo. No hay momentos de pérdida. Ni de desesperanza.
Puede que el implicarte parezca no valer tampoco en gran medida. Sobre todo para los que esperan el producto, la foto. Puedes volver sin ella. Puedes, incluso perder tu equipo en el camino. El futuro y la vida son a veces tan esquivos como el mítico leopardo de las nieves. Pero el verdadero cazador no va en busca de la foto, sabe que la foto es la excusa. 
Compartir vida, implicarse, dejarse el corazón o la cabeza en cada recodo del camino, no es más que dejar que los enlaces van der waals actuen entre ellos, desprendiéndose entonces pedazos de nosotros. A veces duele, si, pero todo el que esté implicado de manera honesta, gana siempre aunque pierda. 
S me dijo el otro día, en uno de los peores momentos de su vida: "al menos es la primera vez que no lloro yo sola, hoy estás tú". 
Todo aquel que se implica puede no mejorar sustancialmente el mundo, pero gana momentos únicos, relaciones sinceras: gana "por el color del trigo". 
Eso, eso si que es IMPORTA-NTE ;-)










Saturday, June 20, 2009

Meta-Arte




Si hacer arte consiste principalmente en hacerse preguntas y responderlas, dentro del gran mercado del arte europeo, este es mi cuestionario personal.



Sunday, June 14, 2009

All the Lonely people



"—Entonces, ¿cómo se las reconoce?

Ha cerrado de golpe el cómic y me ha cortado la palabra.

—¿A quién?

—A las hadas.

Permanezco titubeante delante de la cama. Parece que quiera continuar la conversación de la semana pasada, como si acabara de interrumpirla. ¿Lo hace para que cambie de cuento, porque ya se imagina adónde quiero ir a parar con mis tres delfines? La intensidad y la dureza con las que me mira me incomodan. Nunca había tenido la sensación de ser juzgado, desautorizado, regañado.


—¿Cómo se las reconoce? —repite con impaciencia, como un profe que se ensaña con un alumno que está claro que no se sabe la lección.

Desprevenido, le contesto:

—Depende.

—¿Depende de qué?

—De ti. Cualquier chica que conozcas puede ser un hada.

—¿Pero cómo puedo saber si lo es o no?

La pregunta le ha salido del alma. La severidad y el rencor han desaparecido de golpe. En sus ojos sólo se ve el reflejo de la injusticia. Abro los brazos e inspiro profundamente, en un gesto de derrota, como si la respuesta la tuviera él. Lo único que puedo hacer es darle una pista. Él sugiere tímidamente:

—¿Tengo que pedir tres deseos, para ver si funciona?

—Por ejemplo.

[...]

—¿Y a partir de qué edad pueden ser hadas, las chicas?

—Dieciocho, veinte...

Tira el manga y dobla las varillas de sus gafas. Ha dejado de ponerme a prueba, ahora se está documentando.

—¿Has conocido a muchas?

—No lo sé. Conocí a tu madre.

—¡Pero ella no es un hada! —exclama sobresaltado, como si aquello fuera un insulto.

—Ya lo sé. Quiero decir que desde entonces, como soy tan feliz con vosotros, ya no tengo nada que pedirles.

—¿Y por qué no dicen que son hadas?

Su inquietud se ha convertido de nuevo en hostilidad.

—Muchas chicas son hadas que ignoran que lo son; no saben que son mágicas. Dios las ha puesto en la Tierra para que las reactiven. Es parecido a lo que pasa con los espías esos que nos enviaban los rusos. Les habían lavado el cerebro para que se quedaran amnésicos y olvidaran cuál era su objetivo. De este modo se creían su falsa identidad. Un día les llamaban por teléfono y les decían la clave que hacía que recuperaran la memoria, y entonces cumplían la misión para la que los habían programado.

—Entonces, si son como las demás chicas, ¿en qué se distinguen?

Está visto que le importan un rábano tanto los rusos como los delfines. Inclino la pantalla de la lámpara articulada, que me hace daño a los ojos.


—También tienen sus marcas diferenciadoras. Para empezar, son amables, tienen cara de no haber roto nunca un plato y son bonitas, pero siempre hay algo que ayuda a reconocerlas.

—¿Qué?

—Por ejemplo, son un poco bajitas... El pelo les tapa las mejillas para que nadie vea las cicatrices...

—¿Qué cicatrices?

—Es la enfermedad de las hadas. Cuando se les pide que concedan un deseo, se rascan las mejillas para pensar. Así, a fuerza de pensar, les quedan señales.

—Pero si conceden los deseos es que saben que son hadas.

Trago saliva. Es curioso cómo los efectos de la migraña y el vino blanco se disipan a medida que me rompo la cabeza para encontrar respuestas a sus preguntas. O a lo mejor es porque he dejado entrar en la habitación el rostro de la cajera del súper, derribando así el tabique que separa los dos mundos en los que me adentro desde principios de mes.

—Pues no. Precisamente nunca recuerdan nada cuando acaban. Conceden los tres deseos a los que uno tiene derecho y se quedan tan exhaustas que pierden la memoria. Entonces hay que recargarlas.

—¿Con otros tres deseos?

—Exacto.

—¿Es como si les cambiaran las pilas?

—No del todo. Es como tú en la escuela. Todo lo que te enseñan ya lo sabías antes de nacer, pero has tenido que olvidarlo para que te lo enseñen de nuevo; si no, ¿dónde está la gracia? A un hada también hay que volver a ponerla en marcha. De hecho, educar es siempre reeducar."

La educacion de un hada. Didier Van Cauwelaert.


Para mi querido Juan por ayudarme a ver a Tanta gente sola y porque Je me souviens...de una versión de un poema Vishop dedicada, que me ha acompañado por las frías calles de Basel. Y para el educador de hadas, allá donde esté.

Monday, June 01, 2009

Sobre la sincronicidad ( Parte1)



"Una joven paciente soñó, en un momento decisivo de su tratamiento, que le regalaban un escarabajo de oro. Mientras ella me contaba el sueño yo estaba sentado de espaldas a la ventana cerrada. De repente, oí detrás de mí un ruido como si algo golpeara suavemente la ventana. Me di media vuelta y vi fuera un insecto volador que chocaba contra la ventana. Abrí la ventana y lo cacé al vuelo. Era la analogía más próxima a un escarabajo de oro que pueda darse en nuestras latitudes, a saber, un escarabeido (crisomélido), la Cetonia aurata, la «cetonia común», que al parecer, en contra de sus costumbres habituales, se vio en la necesidad de entrar en una habitación oscura precisamente en ese momento. Tengo que decir que no me había ocurrido nada semejante ni antes ni después de aquello, y que el sueño de aquella paciente sigue siendo un caso único en mi experiencia."
C. G. Jung