"—Entonces, ¿cómo se las reconoce?
Ha cerrado de golpe el cómic y me ha cortado la palabra.
—¿A quién?
—A las hadas.
Permanezco titubeante delante de la cama. Parece que quiera continuar la conversación de la semana pasada, como si acabara de interrumpirla. ¿Lo hace para que cambie de cuento, porque ya se imagina adónde quiero ir a parar con mis tres delfines? La intensidad y la dureza con las que me mira me incomodan. Nunca había tenido la sensación de ser juzgado, desautorizado, regañado.
—¿Cómo se las reconoce? —repite con impaciencia, como un profe que se ensaña con un alumno que está claro que no se sabe la lección.
Desprevenido, le contesto:
—Depende.
—¿Depende de qué?
—De ti. Cualquier chica que conozcas puede ser un hada.
—¿Pero cómo puedo saber si lo es o no?
La pregunta le ha salido del alma. La severidad y el rencor han desaparecido de golpe. En sus ojos sólo se ve el reflejo de la injusticia. Abro los brazos e inspiro profundamente, en un gesto de derrota, como si la respuesta la tuviera él. Lo único que puedo hacer es darle una pista. Él sugiere tímidamente:
—¿Tengo que pedir tres deseos, para ver si funciona?
—Por ejemplo.
[...]
—¿Y a partir de qué edad pueden ser hadas, las chicas?
—Dieciocho, veinte...
Tira el manga y dobla las varillas de sus gafas. Ha dejado de ponerme a prueba, ahora se está documentando.
—¿Has conocido a muchas?
—No lo sé. Conocí a tu madre.
—¡Pero ella no es un hada! —exclama sobresaltado, como si aquello fuera un insulto.
—Ya lo sé. Quiero decir que desde entonces, como soy tan feliz con vosotros, ya no tengo nada que pedirles.
—¿Y por qué no dicen que son hadas?
Su inquietud se ha convertido de nuevo en hostilidad.
—Muchas chicas son hadas que ignoran que lo son; no saben que son mágicas. Dios las ha puesto en la Tierra para que las reactiven. Es parecido a lo que pasa con los espías esos que nos enviaban los rusos. Les habían lavado el cerebro para que se quedaran amnésicos y olvidaran cuál era su objetivo. De este modo se creían su falsa identidad. Un día les llamaban por teléfono y les decían la clave que hacía que recuperaran la memoria, y entonces cumplían la misión para la que los habían programado.
—Entonces, si son como las demás chicas, ¿en qué se distinguen?
Está visto que le importan un rábano tanto los rusos como los delfines. Inclino la pantalla de la lámpara articulada, que me hace daño a los ojos.
—También tienen sus marcas diferenciadoras. Para empezar, son amables, tienen cara de no haber roto nunca un plato y son bonitas, pero siempre hay algo que ayuda a reconocerlas.
—¿Qué?
—Por ejemplo, son un poco bajitas... El pelo les tapa las mejillas para que nadie vea las cicatrices...
—¿Qué cicatrices?
—Es la enfermedad de las hadas. Cuando se les pide que concedan un deseo, se rascan las mejillas para pensar. Así, a fuerza de pensar, les quedan señales.
—Pero si conceden los deseos es que saben que son hadas.
Trago saliva. Es curioso cómo los efectos de la migraña y el vino blanco se disipan a medida que me rompo la cabeza para encontrar respuestas a sus preguntas. O a lo mejor es porque he dejado entrar en la habitación el rostro de la cajera del súper, derribando así el tabique que separa los dos mundos en los que me adentro desde principios de mes.
—Pues no. Precisamente nunca recuerdan nada cuando acaban. Conceden los tres deseos a los que uno tiene derecho y se quedan tan exhaustas que pierden la memoria. Entonces hay que recargarlas.
—¿Con otros tres deseos?
—Exacto.
—¿Es como si les cambiaran las pilas?
—No del todo. Es como tú en la escuela. Todo lo que te enseñan ya lo sabías antes de nacer, pero has tenido que olvidarlo para que te lo enseñen de nuevo; si no, ¿dónde está la gracia? A un hada también hay que volver a ponerla en marcha. De hecho, educar es siempre reeducar."
La educacion de un hada. Didier Van Cauwelaert.
Para mi querido Juan por ayudarme a ver a Tanta gente sola y porque Je me souviens...de una versión de un poema Vishop dedicada, que me ha acompañado por las frías calles de Basel. Y para el educador de hadas, allá donde esté.
3 comments:
La oruga
TE he visto ondulando bajo las cucardas, penosamente,
trabajosamente,
pero sé que mañana serás del aire.
Hace mucho supe que no eras un animal terminado
y como entonces
arrodillado y trémulo
te pregunto:
¿Sabes que mañan serás del aire?
¿Te han advertido qeu esas dos molestias aún invisibles serán tus alas?
¿Te han dicho cuánto duelen al abrirse
o sólo sentirás de pronto una levedad, una turbación
y un infinito escalofrío subiéndote desde el culo?
Tú ignoras el gran prestigio que tienen los seres del aire
y tal vez mirándote las alas no te reconozcas
y quieras renunciar,
pero ya no: debes ir al aire y no con nosotros.
Mañana miraré sobre las cucardas, o más arriba.
Haz que te vea,
quiero saber si es muy doloroso aligerarse para volar.
Hazme saber
si acaso es mejor no despegar nunca la barriga de la tierra.
José Watanabe, Poesía completa, "Historia natural".
http://josewatanabe.tripod.com/archivo/oruga.mp3
Un beso.
Me gusta esta serie de imágenes: hopperiana, sin duda, bella y muy sugerente.
Porque en los seres solitarios acaso vemos reflejados una parte de nuestro ser que nos hace, de una parte, no querer identificarnos con ellos y, de otra, saber que pudimos haber sido ellos; que podremos, algún día, ser ellos.
Escarba en tu interior, Sofía. Sospecho que allí se encuentra lo que buscas.
beso
M'alegro de que estés de vuelta. Pedaleo muchos días por tu casa y siempre miro, sin saber, cuál será tu ventana y si estará iluminada. Te he echado de menos :)
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